Clara y Marina van en el avión de vuelta a Río. Van en sus
poltronas, que se han vuelto una pues han quitado el reposabrazos.
Las dos mujeres siguen dándose explicaciones. Explicaciones
a medias, a media voz, amortiguadas por las mantas con las que protegen su
privacidad y su estarse a solas… En soledad aunque rodeadas de todos los
pasajeros de un avión de la British Airways que va tragándose el Atlántico
entero.
—¿Por qué te marchaste, Clara? ¿No creíste en mí?
—Creía, creo en ti. Pero puse mi amor a un lado para darte el
espacio en el que pudieras escoger las increíbles ofertas que te hacía Roberta….
Aunque de lejos, me hubiese hecho muy feliz saber de tus triunfos. Te solté la
cuerda para que volaras adónde quisieras… Y tú escogiste no echar vuelo sino
pegarte más a mí. ¡Oh, Marina, no sabes cuánto te amo!
Clara rodea con sus manos la cabeza de la fotógrafa, mete
los dedos entre sus cabellos, lame las puntas de sus dedos, le busca la boca… y
la encuentra abiertamente, ansiosamente generosa y loca.
Marina se aferra a las espaldas de su amada y los ojos se le
aguan. La fotógrafa quisiera estar en otro lugar donde poder dar rienda suelta
a todo lo que quisiera dar y demostrar. ¿Cómo esconder los gemidos de placer
que se le escapan de la piel? ¡Con cuánta devoción querer hacerle saber a Clara
que sólo un beso de ella la erotiza completamente, la lleva a eso, la desborda!
Clara no precisa de palabras ni de gestos. Entiende… y
afloja el abrazo.
Las dos amantes están reclinadas en las poltronas, una
frente a la otra. La cabeza de una apoyada en la de la otra. Los senos de una
prolongados en los de la otra. Están cansadas física y anímicamente. Ha sido un
día encrucijado.
Entonces las dos mujeres se rienden la una a la otra y al
sueño.
*******
El avión aterriza en la pista del aeropuerto Antonio Carlos
Jobim, y una sinuosa bossa nova se escucha por los altavoces de la nave.
—Llegamos a casa. Nuestra casa —dice Marina.
Las viajeras pasan por los debidos trámites aduanales y
salen al salado aire carioca.
Helena e Iván aguardan en la sala de espera. El chico ve a
lo lejos a las recién llegadas, corre hacia ellas y se abraza a las piernas de
las dos mujeres. Helena observa el gesto y sonríe enternecida.
Todos suben al carro. Iván va en el asiento delantero junto
a su tía. Clara y Marina se acomodan en la parte trasera.
En el camino, van hablando y poniéndose al corriente de sus
vidas. De repente, Iván se sube sobre el respaldar del asiento y se pasa al
asiento trasero del coche, donde van sentadas Clara y Marina, y se instala en
medio de ambas.
El chico toma las manos de las dos mujeres, se las une y
pone su manita sobre las de ellas.
Clara y Marina se lanzan miradas, conmovidas.
—Tenemos una nueva compañerita en el colegio —cuenta Iván,
con aire de saberlo todo—. Ella tiene dos papás. Unos días antes de que la niña
llegará al salón, la maestra nos hizo ver un video que mostraba muchos tipos de
familia. Decía que así como hay muchos colores, también hay muchos tipos de
familias. Decía que todas las familias son especiales y que debemos de
respetarlas a todas. Decía que hay niños que tienen un papá y una mamá. Otros que
viven con sus abuelitos, o sólo con su papá, o sólo con su mamá. También que hay
otros niños que tienen dos papás o dos mamás. Después, la maestra nos pidió que
habláramos sobre lo que habíamos visto en el video. Yo le dije a toda mi clase
que tengo dos mamás. Dos mamás que me quieren mucho y que yo también quiero
mucho, pero mucho, mucho.
El chico termina su cuentito y se abraza puro y limpio a las
dos mujeres, que no logran ni hablar de la emoción.
Helena va escuchando y viendo la escena por el espejo
retrovisor. Con los ojos vidriosos, se aclara la garganta y exclama:
—Chicas, ¿qué les parece si las paso dejando por Santa
Teresa y luego Iván y yo nos vamos a mi casa? Iván, vamos a dejar solas a tu
mamá y a Marina porque ellas necesitan tiempo para desempacar y arreglar todo
lo que dejaron pendientes antes del viaje. Tío Virgilio, tú y yo iremos mañana
a divertirnos al parque.
Al llegar a la casa de Marina, las viajeras encuentran un
sobre de entrega internacional inmediata firmado por Roberta.
Vanessa se ha marchado al apartamento de Flavinha.
—¡Al fin solas! —exclama Clara—. Y, por favor, abramos más
tarde el sobre de Roberta. Aprovechemos este tiempo a solas.
Clara y Marina se duchan juntas y duermen una siesta.
Tanta tensión acumulada las obliga inconscientemente a
recuperar sus fuerzas. La siesta se extiende hasta muy tarde.
Pero la noche es nueva para las dos mujeres… y tienen tanto que
celebrar.
—¿Brindamos con champaña o prefieres sake? —pregunta Marina,
y exclama enseguida—: ¡Déjame decidir a mí! ¡Será sake! El sake te hace cometer
locuras, mi ciela. ¡Brindemos con sake! Esta noche las dos juntas vamos a
cometer locuras.
Las amantes se sientan alrededor de la mesita japonesa, en
el estudio de Marina, el salón que se sabe tantas historias de ambas. Felicidad
mezclada con dolor y certezas y dudas…, como pasa en la vida, en la pura y
única vida del día a día.
Las mujeres han pedido suchi. Traviesas, lo parten y
comparten. Las dos saben que su hambre es otra. Hambre de sí mismas. Pero la
noche es larga y están a solas.
Marina pone la música que ya es suya y de Clara. Y vuelve a
hacer la misma invitación… Esa que siempre es nueva, deseada…bienvenida:
—¡Baila conmigo!
—En mis momentos bajos —confiesa Marina mientras se abrazan—,
cuando tenía mis bajones astrales porque sentía que te me ibas de las manos, ponía
esta canción y repetía su letra en mis adentros: “En esos días, cuando estoy
con un bajón, cuando el mundo me parece frío, sólo pensar en ti me calienta el
corazón. Tu sonrisa es tan cálida, tus mejillas son tan suaves… No me queda más
que amarte. Eres tan adorable. Nunca, nunca cambies”.
—La primera vez que bailamos esta canción —ahora es a Clara
a quien le toca confesar—, no esperaba que me pidieras bailar contigo. Cuando
empezamos a abrazarnos, me reía de los nervios. Pero, luego, al sentir tus manos
que bajaban por mi espalda y me acariciaban … Al sentir tu olor, mi ciela, ese tu
olor… tu cabeza apoyada en mi hombro, y tus cabellos derramados sobre mi cara, ¡yo
no sé cómo hice para sobrevivir sin besarte!
Como la primera vez… Las amantes bailan como la primera vez…
y esta vez si hay besos. Besos abiertos… golosos… despaciosos… tiernos…
Termina la melodía y comienza otra… La botella de sake se va
vaciando….
Las amantes no tienen prisas… saben dosificar la pasión y
darse gozosamente sobre la alfombra del estudio de la fotógrafa.
La geografía entera de sus cuerpos es el campo de su amor.
Sus colinas y sus valles… Sus altos y sus bajos… Su frente y su perfil…
Con paciencia, con largueza, con gozo, no hay resquicio que
no sea tentado, erotizado y embrujado, una y otra vez. ¡Oh, cómo es gozar
viendo y oyendo la locura vuelta torsiones y quejidos de tu amada! ¡Verla y
escucharla transfigurarse por tu amor!
Las dos mujeres se han amado sedientamente. Mucho.
Y siguen tendidas, abrazadas y susurrándose bromas que sólo
ellas entienden… bobadas de amor, secretos que en ese momento inventan para sí mismas.
—Esta complicidad es parte de lo que más me complace de
nuestra manera de amarnos —dice Clara queditamente al oído de Marina—. Nos
falta tiempo para seguir amándonos después de amarnos. Amándonos con palabras,
con pequeñas caricias que no nos cansan de erizarnos y azuzarnos. No lo tomes a
broma, mi ciela…. Con Cadú, nos complacíamos mutuamente; es cierto. Teníamos
buen sexo, pero ¡era tan corto! Un poco de jugueteo al comienzo… luego… penetración
y… misión cumplida. Cadú se daba la vuelta y se dormía enseguida. A mí, la
sangre me seguía hirviendo. La sangre y el alma… Me quedaba sedienta de esto…
de esta intimidad tan plena… de este pocito sin fin en el que nos metemos tú y
yo, volviendo a tejer y a destejer y vuelta a tejer nuestra piel, nuestros
sueños. Además, tengo que admitirlo, ¡tu creatividad, Marina! No sé si todas
las mujeres son tan creativas… ¡Tú tienes tantas maneras de acercarte a mí! Son
tan lindos tus rodeos, siempre nuevos. No sigues una rutina, ni una fórmula…
Cada noche es una inauguración, un bautizo de fuego, inédito, recién hecho.
Cada noche me regalas un paquetito, que me deja expectante… Empiezas a abrirlo
y nunca sé qué habrá adentro… Todo es parte de una manera de amarme que me
enloquece y me completa como nunca nadie antes lo había hecho, ¿sabes?
—¡Qué lindo es oírte decir eso, mi cielita linda. ¡Qué bello
que me hayas permitido mostrarte lo bueno y pleno que es lo nuestro! —dice
Marina.
Los minutos pasan y ellas se siguen inventando cuentos y mil
y una maneras de volverlos realidad.
Las dos mujeres retrasan el amanecer lo más que pueden…,
pero al fin llega.
Sin embargo, las amantes no llegan a dormirse, la sed de
amarse les quita el cansancio.
Ya está avanzada la mañana cuando Clara se levanta de la
cama, busca el sobre de Roberta y se lo pasa a Marina.
La fotógrafa lo abre y saca una carta escrita por la
baronesa.
Te admiraba antes. Ahora ha
crecido mi admiración. Llegué tarde a esta partida; una partida que ya había
ganado el amor.
Pero yo sé perder y quisiera
celebrar con ustedes el triunfo de su amor.
Marina, permíteme ser tu
representante en Europa, sin ninguna condición. Y quizás, algún día, amiga de ustedes
dos.
En este sobre encontrarás el
contrato de la Tate Modern. Las otras exhibiciones las concertaremos en un
plazo breve.
Clara, te felicito por haber
despertado en Marina el amor que te tiene.
¡Disfrútense por siempre!
Roberta
—Llegué hasta aquí con la mayor calma del mundo —dice
Marina—. No va a ser ésta la hora de tener prisa. En este momento, mi prioridad
eres tú. Le pediré a Roberta que nos dé tiempo para que tú y nos instalemos y
para integrar a Iván en nuestra vida. Quisiera que mañana mismo se mudaran los
dos aquí, conmigo.
Las dos mujeres se abrazan. Respiran paz. Revolotea encima
de ellas la certeza de haber cruzado la mar. ¡Se atrevieron! Saben que el
camino que tienen por delante es largo y puede estar lleno de baches…, pero también
saben que es un camino que van a recorrer tomadas de la mano, juntas.
(
Capítulo anterior)
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