martes, 17 de marzo de 2015

Las amigas




“Las amigas” (1866)

Este cuadro fue pintado por Gustave Courbet (Francia, 1819-1877). En él se aprecia el descanso de dos mujeres en la cama después de haber disfrutado de ellas mismas. Otro de los títulos de este cuadro es “El sueño.

Detalles del cuadro:
La sutileza del distinto tono de piel de ambas mujeres es un demostración de la maestría del pintor.
Los rostros de las mujeres aún conservan la intensidad del gozo… sus cuerpos enlazados son un derroche para nuestros sentidos… El realismo de todo el cuadro fue y sigue siendo un escándalo (aunque sólo recientemente cuelga de un museo en Francia; antes se escondía entre los cortinajes de la mansión de un diplomático turco, quien fue el que encargó el cuadro a Courbet). Fíjense en los símbolos del cuadro: la copa y las jarras representan los genitales femeninos. El collar de perlas roto habla de la pasión desatada a la que se entregaron las mujeres. ¡Ahh…!

miércoles, 16 de julio de 2014

Como la primera vez



Clara y Marina van en el avión de vuelta a Río. Van en sus poltronas, que se han vuelto una pues han quitado el reposabrazos.

Las dos mujeres siguen dándose explicaciones. Explicaciones a medias, a media voz, amortiguadas por las mantas con las que protegen su privacidad y su estarse a solas… En soledad aunque rodeadas de todos los pasajeros de un avión de la British Airways que va tragándose el Atlántico entero.

—¿Por qué te marchaste, Clara? ¿No creíste en mí?

—Creía, creo en ti. Pero puse mi amor a un lado para darte el espacio en el que pudieras escoger las increíbles ofertas que te hacía Roberta…. Aunque de lejos, me hubiese hecho muy feliz saber de tus triunfos. Te solté la cuerda para que volaras adónde quisieras… Y tú escogiste no echar vuelo sino pegarte más a mí. ¡Oh, Marina, no sabes cuánto te amo!

Clara rodea con sus manos la cabeza de la fotógrafa, mete los dedos entre sus cabellos, lame las puntas de sus dedos, le busca la boca… y la encuentra abiertamente, ansiosamente generosa y loca.

Marina se aferra a las espaldas de su amada y los ojos se le aguan. La fotógrafa quisiera estar en otro lugar donde poder dar rienda suelta a todo lo que quisiera dar y demostrar. ¿Cómo esconder los gemidos de placer que se le escapan de la piel? ¡Con cuánta devoción querer hacerle saber a Clara que sólo un beso de ella la erotiza completamente, la lleva a eso, la desborda!

Clara no precisa de palabras ni de gestos. Entiende… y afloja el abrazo.

Las dos amantes están reclinadas en las poltronas, una frente a la otra. La cabeza de una apoyada en la de la otra. Los senos de una prolongados en los de la otra. Están cansadas física y anímicamente. Ha sido un día encrucijado.

Entonces las dos mujeres se rienden la una a la otra y al sueño.


*******

El avión aterriza en la pista del aeropuerto Antonio Carlos Jobim, y una sinuosa bossa nova se escucha por los altavoces de la nave.

—Llegamos a casa. Nuestra casa —dice Marina.

Las viajeras pasan por los debidos trámites aduanales y salen al salado aire carioca.

Helena e Iván aguardan en la sala de espera. El chico ve a lo lejos a las recién llegadas, corre hacia ellas y se abraza a las piernas de las dos mujeres. Helena observa el gesto y sonríe enternecida.

Todos suben al carro. Iván va en el asiento delantero junto a su tía. Clara y Marina se acomodan en la parte trasera.

En el camino, van hablando y poniéndose al corriente de sus vidas. De repente, Iván se sube sobre el respaldar del asiento y se pasa al asiento trasero del coche, donde van sentadas Clara y Marina, y se instala en medio de ambas.

El chico toma las manos de las dos mujeres, se las une y pone su manita sobre las de ellas.

Clara y Marina se lanzan miradas, conmovidas.

—Tenemos una nueva compañerita en el colegio —cuenta Iván, con aire de saberlo todo—. Ella tiene dos papás. Unos días antes de que la niña llegará al salón, la maestra nos hizo ver un video que mostraba muchos tipos de familia. Decía que así como hay muchos colores, también hay muchos tipos de familias. Decía que todas las familias son especiales y que debemos de respetarlas a todas. Decía que hay niños que tienen un papá y una mamá. Otros que viven con sus abuelitos, o sólo con su papá, o sólo con su mamá. También que hay otros niños que tienen dos papás o dos mamás. Después, la maestra nos pidió que habláramos sobre lo que habíamos visto en el video. Yo le dije a toda mi clase que tengo dos mamás. Dos mamás que me quieren mucho y que yo también quiero mucho, pero mucho, mucho.

El chico termina su cuentito y se abraza puro y limpio a las dos mujeres, que no logran ni hablar de la emoción.

Helena va escuchando y viendo la escena por el espejo retrovisor. Con los ojos vidriosos, se aclara la garganta y exclama:

—Chicas, ¿qué les parece si las paso dejando por Santa Teresa y luego Iván y yo nos vamos a mi casa? Iván, vamos a dejar solas a tu mamá y a Marina porque ellas necesitan tiempo para desempacar y arreglar todo lo que dejaron pendientes antes del viaje. Tío Virgilio, tú y yo iremos mañana a divertirnos al parque.

Al llegar a la casa de Marina, las viajeras encuentran un sobre de entrega internacional inmediata firmado por Roberta.

Vanessa se ha marchado al apartamento de Flavinha.

—¡Al fin solas! —exclama Clara—. Y, por favor, abramos más tarde el sobre de Roberta. Aprovechemos este tiempo a solas.

Clara y Marina se duchan juntas y duermen una siesta.

Tanta tensión acumulada las obliga inconscientemente a recuperar sus fuerzas. La siesta se extiende hasta muy tarde.

Pero la noche es nueva para las dos mujeres… y tienen tanto que celebrar.

—¿Brindamos con champaña o prefieres sake? —pregunta Marina, y exclama enseguida—: ¡Déjame decidir a mí! ¡Será sake! El sake te hace cometer locuras, mi ciela. ¡Brindemos con sake! Esta noche las dos juntas vamos a cometer locuras.

Las amantes se sientan alrededor de la mesita japonesa, en el estudio de Marina, el salón que se sabe tantas historias de ambas. Felicidad mezclada con dolor y certezas y dudas…, como pasa en la vida, en la pura y única vida del día a día.

Las mujeres han pedido suchi. Traviesas, lo parten y comparten. Las dos saben que su hambre es otra. Hambre de sí mismas. Pero la noche es larga y están a solas.

Marina pone la música que ya es suya y de Clara. Y vuelve a hacer la misma invitación… Esa que siempre es nueva, deseada…bienvenida:

—¡Baila conmigo!

—En mis momentos bajos —confiesa Marina mientras se abrazan—, cuando tenía mis bajones astrales porque sentía que te me ibas de las manos, ponía esta canción y repetía su letra en mis adentros: “En esos días, cuando estoy con un bajón, cuando el mundo me parece frío, sólo pensar en ti me calienta el corazón. Tu sonrisa es tan cálida, tus mejillas son tan suaves… No me queda más que amarte. Eres tan adorable. Nunca, nunca cambies”.

—La primera vez que bailamos esta canción —ahora es a Clara a quien le toca confesar—, no esperaba que me pidieras bailar contigo. Cuando empezamos a abrazarnos, me reía de los nervios. Pero, luego, al sentir tus manos que bajaban por mi espalda y me acariciaban … Al sentir tu olor, mi ciela, ese tu olor… tu cabeza apoyada en mi hombro, y tus cabellos derramados sobre mi cara, ¡yo no sé cómo hice para sobrevivir sin besarte!

Como la primera vez… Las amantes bailan como la primera vez… y esta vez si hay besos. Besos abiertos… golosos… despaciosos… tiernos…

Termina la melodía y comienza otra… La botella de sake se va vaciando….

Las amantes no tienen prisas… saben dosificar la pasión y darse gozosamente sobre la alfombra del estudio de la fotógrafa.

La geografía entera de sus cuerpos es el campo de su amor. Sus colinas y sus valles… Sus altos y sus bajos… Su frente y su perfil…

Con paciencia, con largueza, con gozo, no hay resquicio que no sea tentado, erotizado y embrujado, una y otra vez. ¡Oh, cómo es gozar viendo y oyendo la locura vuelta torsiones y quejidos de tu amada! ¡Verla y escucharla transfigurarse por tu amor!


Las dos mujeres se han amado sedientamente. Mucho.

Y siguen tendidas, abrazadas y susurrándose bromas que sólo ellas entienden… bobadas de amor, secretos que en ese momento inventan para sí mismas.

—Esta complicidad es parte de lo que más me complace de nuestra manera de amarnos —dice Clara queditamente al oído de Marina—. Nos falta tiempo para seguir amándonos después de amarnos. Amándonos con palabras, con pequeñas caricias que no nos cansan de erizarnos y azuzarnos. No lo tomes a broma, mi ciela…. Con Cadú, nos complacíamos mutuamente; es cierto. Teníamos buen sexo, pero ¡era tan corto! Un poco de jugueteo al comienzo… luego… penetración y… misión cumplida. Cadú se daba la vuelta y se dormía enseguida. A mí, la sangre me seguía hirviendo. La sangre y el alma… Me quedaba sedienta de esto… de esta intimidad tan plena… de este pocito sin fin en el que nos metemos tú y yo, volviendo a tejer y a destejer y vuelta a tejer nuestra piel, nuestros sueños. Además, tengo que admitirlo, ¡tu creatividad, Marina! No sé si todas las mujeres son tan creativas… ¡Tú tienes tantas maneras de acercarte a mí! Son tan lindos tus rodeos, siempre nuevos. No sigues una rutina, ni una fórmula… Cada noche es una inauguración, un bautizo de fuego, inédito, recién hecho. Cada noche me regalas un paquetito, que me deja expectante… Empiezas a abrirlo y nunca sé qué habrá adentro… Todo es parte de una manera de amarme que me enloquece y me completa como nunca nadie antes lo había hecho, ¿sabes?

—¡Qué lindo es oírte decir eso, mi cielita linda. ¡Qué bello que me hayas permitido mostrarte lo bueno y pleno que es lo nuestro! —dice Marina.

Los minutos pasan y ellas se siguen inventando cuentos y mil y una maneras de volverlos realidad.

Las dos mujeres retrasan el amanecer lo más que pueden…, pero al fin llega.

Sin embargo, las amantes no llegan a dormirse, la sed de amarse les quita el cansancio.

Ya está avanzada la mañana cuando Clara se levanta de la cama, busca el sobre de Roberta y se lo pasa a Marina.

La fotógrafa lo abre y saca una carta escrita por la baronesa.

Te admiraba antes. Ahora ha crecido mi admiración. Llegué tarde a esta partida; una partida que ya había ganado el amor.

Pero yo sé perder y quisiera celebrar con ustedes el triunfo de su amor.

Marina, permíteme ser tu representante en Europa, sin ninguna condición. Y quizás, algún día, amiga de ustedes dos.

En este sobre encontrarás el contrato de la Tate Modern. Las otras exhibiciones las concertaremos en un plazo breve.

Clara, te felicito por haber despertado en Marina el amor que te tiene.

¡Disfrútense por siempre!

Roberta


—Llegué hasta aquí con la mayor calma del mundo —dice Marina—. No va a ser ésta la hora de tener prisa. En este momento, mi prioridad eres tú. Le pediré a Roberta que nos dé tiempo para que tú y nos instalemos y para integrar a Iván en nuestra vida. Quisiera que mañana mismo se mudaran los dos aquí, conmigo.

Las dos mujeres se abrazan. Respiran paz. Revolotea encima de ellas la certeza de haber cruzado la mar. ¡Se atrevieron! Saben que el camino que tienen por delante es largo y puede estar lleno de baches…, pero también saben que es un camino que van a recorrer tomadas de la mano, juntas.






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**Reproducción autorizada siempre y cuando se cite esta fuente.**

lunes, 14 de julio de 2014

Vuelo 0249 Londres -- Río



Contemplar una gran ciudad desde las alturas produce sensaciones encontradas. Por un lado, es percatarse de que somos un grano mínimo de arena en el océano universal y, por el otro, la total convicción de que somos inmensos y de lo fácil que es alcanzar nuestras metas.

Roberta intenta que Marina experimente la segunda de esas sensaciones. Le abre todo un abanico de posibilidades. La probabilidad de un mundo vuelto realidad con un solo chasquido de los dedos de la impetuosa baronesa.

—Esta es la propuesta de la Tate Modern —ofrece Roberta mientras abre un sobre de manila y extrae de éste una serie de documentos—. Podríamos montar la retrospectiva este próximo otoño. A tu disposición tendrías todos mis asistentes y especialistas de imágenes. Y, por supuesto, contarías con mi asesoría constante. Sería conveniente, además, creo yo, consultar con el director del MoMA de Nueva York, mi amigo personal.

Marina no dice nada. Sopesa la tentadora propuesta.

Roberta sigue sacando ases de su manga vertiginosa.

—Las exposiciones en París, Berlín y Madrid las podrían concertar mis representantes la próxima semana. De hecho, no tendrías que trabajar ningún material nuevo pues llevaríamos la muestra itinerante que has presentado aquí. Luego podríamos seguir exponiendo en el propio MoMA o en Tokio. Las posibilidades son infinitas, querida —dice Roberta, acariciando el lunar que la fotógrafa luce a un costado de su labio inferior. Luego, la baronesa pasea el dedo índice sobre el propio labio y lo pellizca traviesamente.

—En un principio sentí curiosidad… Tus fotos atraparon mi atención… Ahora quisiera saber más de ti. Quisiera un poco más de ti. Quisiera contarte otras cosas más…, en mi apartamento.

Marina ve dibujarse ante sus ojos la realización sueño de todo artista plástico…. Y el ofrecimiento de una pasión, de un romance casual…

Esas tácticas de amar no le son ajenas a Marina. Son parte de ella misma. La fotógrafa también sabe embriagar de gozo, sabe subirse a la cuerda floja del placer y llevar a una mujer a conocer cómo es la primavera en Venus o en Saturno.

Roberta combina los negocios con el placer. Los terrenos pedregosos por donde también Marina ha incursionado.

“Somos dos imanas con polos idénticos”, se admite a sí misma la fotógrafa. “Somos tan parecidas que no hay espacio para el misterio, para el embrujo. Además yo amo a Clara. Quiero estar con Clara. Tengo un futuro con ella. Roberta me ofrece el mundo atado por un cordel, el éxito enlatado, frío y desierto. Las sábanas cálidas de Clara a mí me esperan, los manteles largos de las fiestas con las que su amor me embriaga. Tengo una amiga a quien contar mis dudas, una compañera con la que soñar despierta, un hogar que me entibia completa.

Yo no puedo cambiar todo eso por un afiche con mi nombre en la entrada de un museo. He llegado hasta donde estoy por mi propio empeño. Mi paciencia se multiplicó hasta alcanzar a Clara, hasta lograr su amor. Yo no puedo echar todo eso al viento.”

Los ojos de Marina adquieren el brillo de la resolución. Su pecho ha encontrado una playa en la que reposar y procurar fuerzas:

—Roberta, tú puedes tener a todas las mujeres que desees. Yo tengo a una mujer que me tiene a mí, y a la que no cambiaré por nada, ni aunque fuese temporalmente. Si Clara no existiese yo la seguiría buscando…, pero ella existe y está a mi lado. Disculpa mi franqueza —dice Marina—. No puedo aceptar una oferta que atenta contra este amor que la vida me ha regalado. Disculpa, Roberta. Espero que comprendas mi decisión.

Marina se levanta de la mesa y se marcha.

Roberta permanece en su sillón, impactada por la demostración de amor de la fotógrafa.

Afuera, en la noche inmensa de Londres, cae una tormenta. Los relámpagos golpean las nubes y enrojecen todo el firmamento.

Marina llega a su hotel. Sube a su habitación esperando encontrar y adorar a su amada.

Sobre la mesa, halla la nota que Clara le ha dejado. Abre el sobre y lee:

Marina, nunca he amado como tú has logrado que te ame. Gracias por despertar en mí un sentimiento por el que daré gracias cada mañana.

Te amo, te amaré siempre. Pero tu arte merece todas las oportunidades que Roberta te ofrece. Entre mi amor por ti y tu éxito, yo escojo darte la oportunidad de lograr lo que siempre has deseado profesionalmente.

Cuando leas estas letras, ya estaré en el aeropuerto o quizás en Río.

Te amo y te amaré siempre.

Clara


******

—¡Oh, no!… ¡No, Clara! —se le escapa el alma a Marina.

Desesperadamente, la fotógrafa toma su bolso, baja a recepción, arregla las cuentas y se lanza hacia la calle.

La lluvia cae inclemente.

Marina corre buscando un taxi. Consigue uno y se dirige al aeropuerto.

—A toda prisa a Heathrow, por favor —solicita al chofer.

La fotógrafa llega al aeropuerto y, como guiada por los ángeles guardianes del amor, logra conseguir boleto para el vuelo a Río que está pronto a despegar y corre hacia la puerta de embarque.

Los pasajeros ya han abordado. Pero logra traspasar la puerta del avión cuando están a punto de cerrarla.

—Bienvenida a bordo —le dice un asistente de vuelo, que se sorprende de ver a la joven mujer empapada de pies a cabeza.

Ansiosos, los ojos de Marina recorren la cabina del avión… y divisan a Clara.

Clara está en su puesto, con los ojos cerrados y la cabeza reclinada contra el espaldar de la butaca.

Marina se acerca y, como si depositara un beso en el ala de la más diminuta mariposa, roza los labios de la mujer que ama y murmura:

—Escojo el amor. Mando el éxito y la fama al carajo.

Clara abre los ojos y se levanta de un salto.

Sin importarle la gente a su alrededor, se aprieta contra Marina y arrebatadamente le roba la boca. Marina responde apremiada por idéntica intensidad y deseo.

Los demás pasajeros de la sección de primera clase no pueden sino presenciar las chispas y relámpagos que despiden esos cuerpos enlazados. Es una tormenta. Igual a la que azota afuera.

La pareja de jóvenes que está en los asientos frente a los de ellas estalla en aplausos.  La viejita sentada con su viejito en el asiento trasero le pone a éste la mano entre las piernas y dice entre ruborizándose-atreviéndose: —¡Ay, la juventud moderna!

Las dos amantes le dan la espalda a todo lo que ocurre a su alrededor. El mundo se ha detenido para ellas en el borde de sus cuerpos.

Clara acaricia la cara de Marina, ríe nerviosamente, le besa los ojos, la frente… Poco a poco cae en la cuenta de que quién se aferra a sus brazos es su Marina… Marina que ha llegado hasta ella bajo la tormenta, como una tormenta, contra todas las propuestas de la baronesa, y sin más equipaje que un amor desmesurado a cuestas.

— Si tú estás en Londres, en Londres no hay nadie más. Si tú no estás en Londres, en Londres no hay nadie… En todo el mundo para mí NO hay nadie —continúa el amor hablando por los labios de Marina.

La voz de un asistente de vuelo suena por los altavoces indicando que todos los pasajeros ocupen sus puestos y aseguren sus cinturones de seguridad. El avión está a punto de despegar.

Clara y Marina se acomodan en sus poltronas. Se ayudan entre sí a ponerse los cinturones.  Respiran hondo. Se sonríen en complicidad. Vuelven a aterrizar a tierra.

El vuelo 249 de la British Airways que cubre de Londres a Río dura diez horas y cincuenta minutos. Clara y Marina tienen casi once horas para explicarse el mundo entero.

—Yo tuve muchas mujeres porque te buscaba en todas ellas. ¿Recuerdas el viaje que hicimos a la isla de Angra? Te dije entonces que era la mujer más feliz del mundo porque te había encontrado, porque desde la primera vez que te vi, pensé: “Es ella! La encontré —dice Marina, apresurada—. Yo siempre te busqué en todas las mujeres que conocí. Te perseguí en cada una de ellas, te intuí, te soñé. Ahora que te tengo, ahora que entraste en mi vida no preciso de nadie, de nada más. Tú lo llenas todo. Todo mi vaso se ha llenado…, lo llenas tú. Tu presencia lo llena, tu presencia me llena toda. Gracias por estar…, gracias por ser. Yo vivo para amarte, y amo vivir contigo a mi lado. Me conmueve que existas, que estés, que seas… mi mujer entre todas las mujeres.

Lágrimas contentas arrasan los ojos de Clara. Y toma las manos de Marina. Le besa las palmas… Acaricia extasiadamente  el rostro de su amante.

Marina continúa: —Si no te amase tanto, si tú no me amases tanto, seguiría en la oscuridad… Pero, Clara, tú eres mi claridad… Prendiste mil antorchas por mi camino…, ¿cómo voy a apagarlas?


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